En el día de ayer tuve el privilegio de tener nuevamente a cargo el llevar la reflexión en mi Iglesia y deseo compartirla con ustedes, espero que sea de bendición.
Es un poquito largo.. Pero vale la pena leerla!! 😀
Daniel 3: 13-25
¿Cuántas veces nos hemos sentido que estamos dentro de un horno o encerados en un cuarto sin escapatoria?
Sentimos que el cuarto se vuelve más pequeño y cuando nos damos cuenta solo hay un mínimo espacio para poder salir. Pensamos que nuestros problemas son tan pesados y que nuestros hombres sobre llevan cargas las cuales nos están dominando.
En el libro de Daniel 3: 13-25 encontramos a tres hombres que habían sido puestos en posiciones de autoridad en la provincia de Babilonia. Eran judíos devotos, a quienes “Dios les dio conocimiento e inteligencia en todas las letras y ciencias”. Una de las primeras cosas que ocurrieron con ellos fue que sus nombres fueron cambiados.
Sus nombres hebreos, que habían recibido en el momento de su nacimiento, tenían un mensaje de Dios en ellos: Ananías (Sadrac) -la gracia del Señor; Misael (Mesac) -El Dios fuerte; Azarías (Abed-Nego) -El Señor es una ayuda. Una de las razones por las cuales sus nombres fueron cambiados era para que estos hombres se olvidaran del Dios de sus padres.
Les dieron nombres que tenían la connotación de la idolatría caldea. Sadrac -la inspiración del sol, al que los caldeos adoraban; Mesac -de la diosa Sac, nombre bajo el cual Venus era adorada; Abed-Nego -el siervo del fuego iluminado, que ellos también adoraban. Estos tres hombres fueron los mismos que se rehusaron a comer de la misma comida del rey junto con Daniel.
Según la Real Academia Española; la palabra confiar significa “depositar en alguien, sin más seguridad que la buena fe y la opinión que de él se tiene”, “esperar con firmeza y seguridad”.
Cuantas veces el Señor nos ha dicho que confiemos en él. Que el cumplirá su propósito en nosotros. Que su mano es quien nos cubre y protege. Que cuando creemos estar solos él se encuentra a nuestro lado. Que no importa las veces que caigamos, él nos vuelve a levantar.
Sin embargo, la mayoría de las veces caemos en el juego de la desesperanza, del querer ayudar a Dios, de agilizar el tiempo para ver lo que él nos ha prometido. Se nos olvida que Su tiempo no es el mismo que el de nosotros. En vez de caminar, queremos correr. En vez de depositar completamente nuestra confianza en aquel que nos creó, creemos a media.
O más aun le tendemos a poner condiciones a Dios. Le decimos: “Oye Señor, si yo confío plenamente en ti, entonces me podrías dar un mejor trabajo, un carro nuevo, o me puedes sanar de la enfermedad que me aqueja”. Creemos que con Dios podemos negociar… Y lo más triste es que cuando pasan los días, meses o años y no vemos cumplirse las promesas que el Señor nos hizo, comenzamos a dudar, nuestro ánimo decae y comenzamos a reclamarle al Señor.
Nuestra confianza debe ser plena. Sin condiciones, simplemente creerle. Para los que no saben, hacen casi 6 meses me mude para el área metropolitana para emprender un nuevo sueño. El Señor cumplió una de mis peticiones. Pero el tiempo que tuve que esperar fue bastante. Y cuando llego el momento de emprender un nuevo camino, tuve que aferrarme en Dios y creer que el pondría en orden todas las piezas de mi rompecabezas y así mismo fue.
Un gran ejemplo fueron estos tres hombres quienes fueron arrebatos de sus familias, costumbres y hasta sus nombres. Pasaron por momentos difíciles, pero ellos sabían en quien habían creído. En el versículo 15 vemos cuando el rey reta a estos hombres diciéndoles: “¿Y qué dios será aquel que os libre de mis manos?”
Los tres hombres respondieron al rey Nabucodonosor: “No es necesario que te respondamos sobre este asunto. He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará. Y si no, sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado”.
Que convicción tenían estos hombres de que su Dios podía sacarlos de la situación en la cual se encontraban. Pero más aún; su lealtad hacia aquel que los creo era más poderosa. Por qué no importando la situación por la cual estaban atravesando no estaban dispuestos a doblegarse a otro dios a menos que fuera el Dios que los creo.
Sin embargo, furioso con su respuesta, el rey hizo que el horno fuera calentado siete veces más de lo acostumbrado y ordenó a algunos de sus hombres más fuertes que atasen a esas personas desobedientes y las echaran a las llamas.
Mientras, que los hombres que arrojaron a Sadrac, Mesac y Abed-Nego al horno fueron muertos por las llamas, el fuego sólo consumió las ataduras de Sadrac, Mesac y Abed-Nego. Los tres hombres se pusieron de pie y caminaron en medio del fuego sin sufrir ningún daño.
El rey estaba atónito con lo que veía. No sólo los tres hombres judíos estaban en medio del horno caminando y sin sufrir daño, sino que además el rey vio una cuarta persona cuyo aspecto era como “hijo de los dioses”, también caminando en el fuego.
Y es que cuando decidimos creerle a Dios, nos pasa lo mismo que a estos tres hombres. En medio de nuestras situaciones, enfermedades, angustias, pruebas, podemos ver como el Soberano, el Rey de Reyes se mueve en medio de nuestras circunstancias. Por qué decimos creerle a pesar de lo que nuestros ojos puedan ver.
© 2015, Patricia Acevedo López